Hace muchos años, un par de
amigos, de unos doce años, empezaban a salir al campo. Un poco a hacer el cafre,
un poco a intentar conocer todo lo que se encontraran.
Ese otoño, uno de ellos recogió
unas bellotas de Carballo (Quercus robur)
en la fraga de Menáncaro, Ferrol. Le dio una al otro, que se la llevó a casa y
la metió entre algodones húmedos. Germinó, la puso en una maceta y al año
siguiente la plantó en una jardinera de una finca que tenía su padre. Ese
verano creció mucho, ya era una vara preciosa y había que buscarle su lugar
definitivo.
-Papá, ¿dónde planto el Roble?
No recuerdo muy bien quién
decidió el sitio, creo que el niño. Cogió un sacho y lo puso en medio del terreno.
El niño y su padre mimaron al árbol
todo lo que pudieron. Creció mucho, sin contratiempos. Lucía casetas anidaderas
que agradecían muchos páridos.
El ya adulto, siempre que podía,
se subía a sus ramas a fumarse un cigarro. Le gustaba estar en él. Yo creo que se hablaban. Sin duda, era el
sitio donde mejor se encontraba.
Ya daba bellotas. Unos años
más, otros menos, pocos muchas.
El fumador siempre le llevaba alguna a su hija. Le explicaba lo bonito e importante que fue
para él plantar ese árbol de niño y la animaba a repetir experiencia.
Nunca le hacía caso. Infinidad de veces.
Ayer por la tarde estuvo debajo
de su amigo en medio de la lluvia. Se acordó que tenía unas bellotas de este
año guardadas en un cajón:
¿ Por qué no intentarlo por
enésima vez?
Cuando iba a entrar en la
habitación de su mujercita de diecisiete años pensó:
-
Ya verás, ésta
me bufa y ni levanta los pulgares del esmarfón.
- Mira Churri, ¿ por qué no las
plantas?
- A ver, ah! , vale.
Ayer, el desde hace unos días
cincuentón, se durmió con la sonrisa en la boca imaginando nuevos Carballos en
un recuncho de Esmelle, hijos del que aparece en las fotos.
Esos que están ahora mismo entre algodones.
Esos que están ahora mismo entre algodones.
Un saludo