martes, 16 de diciembre de 2014

Una historia de Bellotas








Hace muchos años, un par de amigos, de unos doce años, empezaban a salir al campo. Un poco a hacer el cafre, un poco a intentar conocer todo lo que se encontraran.

Ese otoño, uno de ellos recogió unas bellotas de Carballo (Quercus robur) en la fraga de Menáncaro, Ferrol. Le dio una al otro, que se la llevó a casa y la metió entre algodones húmedos. Germinó, la puso en una maceta y al año siguiente la plantó en una jardinera de una finca que tenía su padre. Ese verano creció mucho, ya era una vara preciosa y había que buscarle su lugar definitivo.

-Papá, ¿dónde planto el Roble?
No recuerdo muy bien quién decidió el sitio, creo que el niño. Cogió un sacho y lo puso en medio del terreno.

El niño y su padre mimaron al árbol todo lo que pudieron. Creció mucho, sin contratiempos. Lucía casetas anidaderas que agradecían muchos páridos.

El ya adulto, siempre que podía, se subía a sus ramas a fumarse un cigarro. Le gustaba estar en él.  Yo creo que se hablaban. Sin duda, era el sitio donde mejor se encontraba.

Ya daba bellotas. Unos años más, otros menos, pocos muchas.


El fumador siempre le llevaba alguna a su hija. Le explicaba lo bonito e importante que fue para él plantar ese árbol de niño y la animaba a repetir experiencia.
Nunca le hacía caso. Infinidad de veces.

Ayer por la tarde estuvo debajo de su amigo en medio de la lluvia. Se acordó que tenía unas bellotas de este año guardadas en un cajón:
¿ Por qué no intentarlo por enésima vez?

Cuando iba a entrar en la habitación de su mujercita de diecisiete años pensó:
-         Ya verás,  ésta me bufa y ni levanta los pulgares del esmarfón.

- Mira Churri, ¿ por qué no las plantas?

- A ver, ah! , vale.

Ayer, el desde hace unos días cincuentón, se durmió con la sonrisa en la boca imaginando nuevos Carballos en un recuncho de Esmelle, hijos del que aparece en las fotos.
Esos que están ahora mismo entre algodones.



Un saludo